miércoles, 21 de noviembre de 2012

Moon



Duncan Jones. Interesante nombre, del cuál el olvido tardará en echar cuentas. El cine británico -aunque no es tan ligero y bello como antes- sigue dando al género de la ciencia-ficción un emblema con el que sujetarse. Un blasón donde posarse cuando todo está hecho, o todo está visto. Un punto de vista tan interesante, como diferente. Un acierto.

Con una idea muy preconcebida de lo que una película del espacio debe ser, el maravilloso guión de Jones y Nathan Parker sujeta y elabora un dossier de incertidumbre que, sin golpes de efecto ni criaturas espaciales, hace que el espectador comience a viajar rumbo a un mundo desconocido de emociones. Por suerte, aún se pueden hacer films sin tener en cuenta el presupuesto. Jones, cuya dirección es magistral, otorga a la atmósfera toda la importancia, todo el peso de la cinta, que junto con un inspirado Sam Rockwell, forman parte de un bienio inseparable de virtudes.

El espíritu retro de la cinta, así como con un rollo 'peli en blanco y negro' no hace sino ayudar aún más al elemento desolador de vivir durante tres años en el espacio. Justo cuando los tres años del contrato firmado están a punto de expirar, la razón y la locura se apoderan del protagonista por un elemento no esperado. La sinópsis no evalúa la soledad de un astronauta, pues toda película de ciencia-ficción ambientada en el espacio debe conllevar dicho cliché, pero en este caso, beneficia el valor de una idea. La revaloriza.

El aislamiento hace que el umbral de la locura se haga más evidente

Cuando un ser humano queda enclaustrado en una nave espacial, sin la familia, sin contacto humano de ningún tipo -excepto por un robot que ayuda al mencionado sufridor- y con la cuenta atrás que supone el firmar un contrato de trabajo, cualquier parecido con la realidad es discutible. Aquí es donde entra el gran trabajo interpretativo de Sam Rockwell. El actor británico desmonta su habitual coraza para darnos una sublime actuación, llena de matices y carente de fallos. Moviéndose por cuidadosos y efectistas decorados, la vida de Sam -curiosamente llamado igual en el film- se tambalea entre emociones y desasosiegos varios. El mismo vídeo familiar, donde el hijo y la mamá mandan fuerzas al superviviente, el jefe que insinúa que todo va bien, cuando es obvio que algo comienza a torcerse, etc. Sea lo que sea, nada le hace abandonar su misión. Ni las lágrimas, ni la sorpresa final parecen poner fin a la capacidad de supervivencia del astronauta.  

La rutinaria vida en el interior de la nave es otro acierto de Jones. Ya no sólo por el hecho de mostrar al espectador detalles imperceptibles, pero útiles para observar el deterioro humano, sino para avasallarlo con los mismos. En otras palabras, cuando un zumo se vierte en una nave... (ya me entenderéis), nada vuelve a ser lo mismo.


Detallismo. Es otra de las palabras clave para mantener la intriga, ya que, ante la evidente falta de acción dinámica, la acción estática es la que sustenta al desarrollo de los acontecimientos. Y es que la total falta de movimiento en algunas escenas inquieta mil veces más que unos movimientos de cámara infernales o un monstruo que aparece de la nada. La apatía de los sucesos se acartona en la pantalla, pero los detalles siguen apareciendo, la sensación de que la trama avanza poco a poco, engancha más que un rápido giro de guión. Ya es tarde para mirar atrás, pues el espectador permanece enquistado en el interior de la nave. Formamos parte de la expedición; y dudo que podamos escapar con vida hasta el final. Al menos, hasta el maravilloso final que Duncan Jones nos ha preparado...

sábado, 17 de noviembre de 2012

Espejos (Mirrors) Capítulo Tercero



Capítulo Tercero

—¿Qué crees que ha podido llevarle a separarse de nosotros? —preguntó Alice a su marido, que seguía absorto mirando el espejo.
—No puedes saber lo que pasa por la cabeza de un niño de nueve años —añadió toscamente Philipp, con la mirada fija en su propio rostro reflejado en el espejo.
—Es la primera vez que se escapa así Phil, ¿algo le ha tenido que pasar? 
—Ali, déjalo estar, tal vez fue un descuido, ya le escuchaste quizás fue ese puesto de golosinas. Todos hemos sido niños alguna vez.
—Pero y su cara Phil, a nuestro hijo le ha pasado algo, estoy segura.
—¡Ya está bien! —gritó violentamente Philipp.
—No es necesario que me chilles –rehusó Alice levantándose bruscamente del sofá.

Alice subió las escaleras rápidamente y se perdió entre las sombras de la casa, pero Philipp continuó observando obnubilado el espejo sin poder apartar la mirada, como hipnotizado.
Eran esas extrañas formas que sujetaban el cristal, unas figuras y relieves verdes que sobresalían hacia fuera como si quisieran saltar sobre él. Debía tener mucho valor en el mercado. Parecía antiguo, muy antiguo. Pero había algo que le impedía pensar siquiera en venderlo, ni por un millón de Euros, algo le obligaba a retenerlo. Al tenerlo en las manos se sentía más seguro, se le olvidaban todas las penas, parecía consumirse con él en una especie de exorcismo imaginario. Era una sensación increíble, como nunca antes había sentido.

Las formas giraban en sentido aleatorio sobre sí mismas formando unos adornos fantasmagóricos; se unían con el cristal como dándose la mano. Comenzó a inclinarlo mientras se miraba, cuando de repente, en la esquina superior derecha del espejo que reflejaba el techo del salón le pareció ver una extraña figura arrastrándose de forma desagradable por el suelo de su casa. En ese momento algo le hizo entrar en razón y consiguió soltar el espejo por primera vez. Se levantó del sofá rápidamente y se fue a donde creyó ver a aquella figura, pero no había nada allí. Echó una mirada a su alrededor en silencio, pero el sepulcro de su casa no le dio ninguna pista. Estaba delirando, o simplemente tenía que irse a dormir cuanto antes, así que llevó el espejo a la mesa de la cocina y sin volver a recaer en él, apagó la luz y subió las escaleras dirigiéndose a su habitación. 

sábado, 10 de noviembre de 2012

The Cabin in the Woods (La Cabaña del Bosque)



Lo primero que uno se pregunta cuando ve una película así es, sin duda, ¿el director se ha quedado con la audiencia? ¡Por supuesto!, qué otra respuestra cabría sino. Impresionante ejercicio de ejecución y vacile por partes iguales. Que no se entienda mal, la película no tiene un ápice de aburrimiento, sino todo lo contrario, es una oda al "reirse de sí mismo". En este caso, a reirse del género de terror, pero con un trasfondo terrorífico evidente. Dósis de gore y humor a partes iguales. Desenlace bizarro e inolvidable por otro lado. Al finalizar la cinta, uno sólo puede preguntarse si en Estados Unidos la marihuana es legal...

Desglosemos pues tamaña obra inolvidable. Primero de todo, he decidido no mostrar ni una sola imagen de la peli (lo he hecho en todas menos en esta). Con esto, provoco e intento convencer al lector de que la vea sin más tapujos que la propia carátula (que por cierto animo a echar otra ojeada al finalizar el visionado, y que atónitos lean entre líneas el vacilazo de los creadores). Partiendo de esa base, el texto se basará en la experiencia que un espectador con experiencia en el género, como el que les redacta, haya flipado en colores con la demencia brillante de una idea perfecta.

¿Estereotipos? Claro, tan recurrentes en todas mis críticas, aquí también aparecen, y mucho. Muchísimo. El problema es que pensamos sólo en eso (acierto del film) y luego nos sorprendemos con las vueltas de tuerca sin sentido (o con todo el del mundo) made in Drew Goddard, que sin duda ha mamado del terror durante toda su vida, y que nunca se imaginó poder crear un producto de tantísima calidad.

La temática es sencilla en su esencia, complejísima en su fórmula de desarrollo: Cinco jóvenes se preparan para ir a la cabaña de un familiar del grupo. Cogen cuatro cosas -importantes los bikinis- y camioneta de Scooby Doo en marcha, se disponen a pasarlo en grande (¡Somos americanos!). Al llegar a la misma, algo parecido a Evil Dead sucede, luego avanza ligeramente hasta Viernes 13, para terminar siendo una orgía de cambios de guión absolutamente inimaginables. Terroríficamente brillantes. 

Ojo. Que los dos nombres en cursiva no agraven lo que luego sucede. De hecho, es imprescindible pensar que estamos viendo más de lo mismo. Es lo que quieren los creadores. Es lo que consiguen a todas miras. La sorpresa radica justo ahí. En pensar que hemos visto todo (bendita e ingeniosa portada). Cuando en realidad, no hemos visto absolutamente nada. La cuadrilla avanza, y el "azar" ha ejecutado su mano para que los jóvenes sufran un tremendo acoso por parte de ... bueno, por parte... bien.

En un alarde de imaginación terrible. Goddard crea un hilo empático con el espectador en forma de clichés (benditos seáis) post-adolescentes. La idiota, el fumao, el fuerte, el elegante, la virgen... bien. Para cuando hemos sido capaces de repudiar-empatizar con ellos, Goddard nos recrea con una explosión de inverosímiles acontecimientos que nada hacen presagiar lo que el espectador a priori había pensado. Gran acierto. Mejor puesta en escena.

Una de las cosas que más llama la atención es que la cinta no va a ser estrenada en los cines españoles. Hemos tenido la "suerte" de ver en las carteleras "joyas" como Scream 47, Sé lo que hicísteis 16, y esta maravilla de género no tiene cabida. Bravo por el sentido común. De igual modo, y gracias a su perfecta ejecución, la película ha sido un arrollador caballo de batalla exitoso en todos y cada uno de los festivales en los que ha participado. No sólo el espectador de pie ha bendecido este diamante, pues la crítica profesional ha coincidido con el transeunte de a pie, y la conjunción de ambos ha reunido los mejores elogios. Habrá que prestar atención a este joven director, porque lo que ha creado con poco presupuesto y menor repercusión es un éxito. "The cabin in the woods" se ha convertido en la mejor película del año -no me importa el género- y ha quedado por siempre grabadas en las retinas de los espectadores que la han visto.

El re-gusto con el que la historia llega a su fin es dulce como una bolsa de palomitas gigante y agrio como un tomate pocho. Es un boom de sensaciones, es experimental, es vacilona a más no poder, pero respetuosa con los clichés del género. Es feroz. Es un camino triunfal a la sorpresa constante. Es sencillamente una película absolutamente recomendable para verla rodeado de los amigos más gansos, los más serios, los menos analistas, los que piensan antes de que la escena cambie. Es una película que dará que hablar en todos los círculos sociales. Es... en definitiva, un auténtico escándalo.